martes, 30 de julio de 2013

Sonidito Interruptor

Sin primera lectura ni corrección de ningún tipo.


     Tenía unos minutos que me habían dejado solo en casa. Diez minutos. Quince minutos. Estaba inmerso en el libro del Mago de Oz, que acababa de comprar el domingo pasado (hoy martes). Hacía calor en mi cuarto y el libro, gracias a la tranquilidad creo yo, iba avanzándolo a buen ritmo. Me distrajo el sonido vulgar de una lejana radio que susurraba canciones populares. Banda. No suelen molestarme, pero estaba muy tranquilo leyendo en silencio y la página en que detecté el sonido no la pude terminar.

viernes, 26 de julio de 2013

La mascota de Tory

Sin primera lectura ni corrección de ningún tipo.     


iguana

     Estaba sentado comiendo el desayuno caliente, comida rápida que compró mi mamá a unas calles de la casa, cuando la puerta principal se abría dejándome tenso. Acababa de ver por televisión una noticia acerca de robos domiciliarios. Era verano y hacían énfasis en que los ladrones no tienen vacaciones. Me comía mis gorditas de papa con muy pocas ganas. El día anterior había cenado ni más ni menos que séis pedazos de pizza y, aunque si tenía hambre, por nada podría acabarme las cuatro gorditas de papa que yacían calientes en el plato de unicel. El sonido de la puerta principal abrirse interrumpió mi atención y como una caricatura exageré la tensión de mi cuerpo para escuchar la voz familiar de mi mamá o de mi hermana. Yo estaba completamente sólo en casa en esos momentos. Habían abierto la puerta con mucha prisa, casi con violencia. Oí dejar unas llaves encima de la mesa y pensé: Los ladrones no las usan.
     Volví a darle una mordida a mi segunda gordita de papa.
Por la cocina entró mi hermana, que iba bien vestida porque venía de tomar un curso en la mañana. Si ya había vuelto quería decir que eran más de las dos de la tarde.
—Hola ¿por qué tanta prisa?
—¿Apenas estás desayunando?
—¡Ya no quiero! Ayer comí seis pedazos de pizza. Aún están en mi —Hablé como quien sufre por amor
     Mi hermana ponía a cargar su celular cerca de la mesa de la cocina, en un enchufe que tenía una silla justo enfrente, donde lo dejó conectado.
—Ya no vas a regresar, ¿no?
—No, pero al rato voy a irme al cumpleaños de Tory. Le estamos cooperando para comprarle una iguana.
—¿A ella le gustan las iguanas? —Viendo su celular me dijo que sí con la cabeza— ¿Y qué pasa si la mamá no quiere? Si te regalaran una iguana a ti, a mi mamá no le gustaría.
—Ay, Tory siempre que voy a su casa le trae a su mamá una gato nuevo  lo único que dice su mamá es "Ay Edith" —Mi hermana se desesperó con su celular y antes de que se fuera de la cocina le dije:
—¿Se llama Tory Edith? —Mi hermana me vio sorprendida, como si hubiera hecho un truco de magia impresionante, o algún tipo mentalismo digno del diablo.
—¿Cómo sabes?
—... Me acabas de decir.
—Ah, si —y sonrió sabiendo que acababa de verse muy taruga.
—¿Y cuántos cumple? —Para este momento ya había decido que dos gorditas era un desayuno bastante completo. No podía con una mordida más para la tercera.
—18 —¡Vaya! Tory siempre pareció más grande que mi hermana. En estatura ni se diga.
—¿Y Tory no sabe que le van a comprar una iguana?
—No. Yo estoy organizando esto. La iguana cuesta 300 pesos. Le pedí a cada uno de sus amigos 50. Dicen ser muy sus amigos, pero mira, cuando les pedí los 50, ninguno quería.
—50 pesos no es nada.
—Ya se, pero mira —e hizo un gesto con las manos—. Yo conozco a todos los amigos de Tory, pero no todos se conocen entre ellos. Somos ocho los que estamos cooperando y se supone que va a venir una amiga a las 3 ¿Qué horas son?
—No sé. ¿Por qué no le hablas por Facebook?
—Ya le mandé un inbox pero no contesta —y seguía haciendo no-se-qué en su celuar.
—¡Un momento! 50x8 no son 300 —Miré a mi hermana como si la desconociera, sonriendo en todo momento, admirado ante la maldad que estaba haciendo y que no tenía pensado contarme— ¡Te estás quedando con cien! —Se rió. La había atrapado.
—Yo organicé esto. Además, con el dinero pienso comprarle otras cosas. Pulseras y cosas así.
—¿Y si te descubren?
—Claro que no, no se conocen entre ellos
     Mi hermana volvió a salir por la puerta principal a encontrarse con su amiga, que había llegado puntal, y ambas se fueron en el auto.

miércoles, 17 de julio de 2013

El cerdito se quedó solito

   

     Estaba en medio de un cuarto azul. Azul era el techo, el suelo y las paredes, y yo estaba en medio. Estaba de pie y miraba mi mano izquierda que sostenía con mi mano derecha. Nada malo le pasaba a mi muy querida mano izquierda, pero algo en ella parecía no gustarme. Yo no era yo, no era más que un espectador de lo que estaba a punto de pasar. Yo, de hecho, no quería que pasara.
     Tenía la mano izquierda abierta y estiraba los dedos y los movía viéndolos muy atento. La verdad es que yo no los movía, pero eso parecía. Dejé de sostenerme la mano izquierda y llevé la derecha a la mesita de madera que tenía frente a mí. Tomé las tijeras que eran todo metal y sin dudarlo si quiera por un segundo me corté el meñique. Luego el anular, el medio y el índice. Sólo me quedaba una palma y un pulgar. Los dedos cayeron al piso y la sangre brotaba como fuente. Podía ver mis huesos y mucha carne viva que parecía preguntarme por medio de la sangre que me hacía creer que nunca se detendría, qué estaba haciendo.
     Y yo me preguntaba ¿Qué estoy haciendo? Hacía el gesto de convertir la mano en puño, pero entonces me di cuenta de que el puño lo hacen los dedos y lo único que obtuve fue más sangre que ahora salía disparada por la presión. «El cerdito se quedó solito», pensé al ver mi solitario pulgar. Mi mano derecha volvía a prepararse y tensaba los dedos para afirmar las tijeras y entonces se colocó en mi pulgar y también lo cortó. La sangre brotaba como si por dentro de mi cuerpo me guardara un río rojo. Era hasta cómico porque nada me dolía. Me puse la mano muy cerca del rostro y me miraba chorrear, desangrarme en medio del cuarto todo azul. Giraba la muñeca para ver bien mi mano sin dedos por todos los ángulos y se me hacía que la diversión pudiera haber llegado muy lejos.
     Desperté.

Una Eternidad de Nadie

La idea me surgió mientras estaba en la oscuridad de una fiesta de quinceañeras en la Ciudad de México. Me aburren las fiestas.     


     Era un hombre bajito y de tez blanca que portaba unos zapatos muy gastados y un gorro en punta, que se hallaba reposando en su árbol de naranjas favorito.Tenía los brazos en la nuca, los ojos cerrados y disfrutaba de un buen día de no hacer nada. Junto a él había una mariposa que revoloteaba perdida entre unas flores cerca de sus pies. El prado, los árboles, las flores y aquella mariposa brillaban con la intensidad de la vida sobre un cielo azul sin fin. La brisa que venía del norte tocó la piel del hombrecito y este no pudo evitar sonreír. A exactamente 771 metros del árbol de naranja ocurrió una explosión que lanzó por los aires bocanadas de humo y restos de tronco por todos lados en un atronador golpe contra la tierra y el cielo, y la onda sónica atravesó los tímpanos del hombrecito, quien se sacudió junto con la tierra. La mariposita que revoloteaba perdida subió varios metros y se perdió de la vista de un hombre que mira derecho. Aterrado, el hombrecito de zapatos gastados se levantó y subió hasta una montaña de tierra donde creyó que podría ver mejor lo que estaba pasando. El individuo mantenía su mano izquierda sobre el pecho como intentando desacelerar al corazón. La nube de cenizas se expandía y abarcaba cada vez más terreno hasta que por fin tocó la montaña y el hombre se cubrió la boca con su sombrero. Era un completo manojo de nervios. Jamás había visto una  explosión.
     Mientras estaba tirado con la mirada perdida en la inmensidad del cielo y cubierto de la boca con su sombrero raído y maloliente, pensaba si era prudente acercarse al mero lugar del suceso
     No, pensó. Esa área a la distancia estaba negra.
     Entonces la nube de ceniza era tanta que no tubo otra que alejarse, alejarse lo más que pudiera. Avanzó hasta el río donde solía tomar agua y se metió con todo y ropa en su intento por relajarse. El agua estaba helada pero no le importaba. Se sumergió y abrió la boca tragándose lo que había entrado. Su cerebro dejaba de pensar y eso era lo que buscaba. Relajarse. Había perfeccionado la técnica de permanecer días bajo el agua, y salió hasta al día siguiente por la mañana cuando los rayos de sol se refractaban iluminando sus párpados cerrados. Ya fuera del agua se desnudó y tendió sus harapientas ropas y las puso a secar en el zacate. El humo ya no estaba y se sintió satisfecho cuando aquella misma mariposa que solía acompañarlo volvió a acercársele, revoloteando plácidamente entre las cercanías de su ropa. Volvió a a acomodarse  en el árbol más cercano, uno que no era su favorito, y de nuevo, como si no hubiese descansado estando bajo el agua, volvió a cerrar los ojos y una brisa nueva volvió a tocar su piel y el hombrecito volvió a sonreír de lo satisfecho que estaba de que ya todo había pasado. Se preguntó sólo una vez mientras yacía en ese árbol, desnudo y con el cabello mojado, qué, oh, qué pudo ser aquel ruido que hizo levantar la tierra. Pero poco le importaba. Siempre había vivido tan tranquilo...
     Dejando huellas entre la ceniza que había por las plantas, en el zacate, entre los caminos de tierra seca, demasiado seca para estar tan cerca de un río, pasaban un niño y una chica a paso firme hacia la orilla del río donde el hombrecito descansaba sonriente.
     Había un niño que caminaba y admiraba a cada paso todas las cosas con las que se topaba; cada árbol y piedra en su camino le era interesante; en cambio, la chica que le acompañaba no lo notaba y sólo no dejaba de sonreír. Sólo iba a su lado sin mirar otra cosa que al niño. En ocasiones el niño miraba su mano y después la apartaba tallándola contra su pantalón y en una de esos momentos de impresión ante tanta belleza, exclamó: ¡Ni si quiera estamos aquí! La chica sonreía ávidamente y el niño encontró la ropa del hombrecito que se calentaba sobre el zacate.
—Eso... es ropa —. Dijo el niño a la chica.
—Eso parece —. Dijo la chica con una expresión sonriente que arrugaba la nariz y los ojos se le achicaban y hacían una "u" invertida.
     Entonces el niño miro a su alrededor y vio al hombrecito descansar en el árbol. Agarró a la chica del brazo y caminaron apresurados hasta estar frente al sujeto desnudo. Nada lo cubría. El hombrecito tenía los brazos tras la cabeza con las manos apoyadas en la nuca y las piernas cruzadas, sentado en el zacate. El niño veía sus ojos cerrados y miró a la chica como pidiendo aprobación para despertarlo. La chica se mordió el labio inferior y agito la cabeza como una loca. El niño gritó HOLA y lo único que el hombrecito hizo fue quedarse quieto. El niño esperó unos segundos a ver qué ocurría y fue cuando la mano del hombrecito se alargó hasta su pecho y se tocó apretándose el corazón.
—... Hola —. Dijo el hombrecito al fin, luego de tener la boca abierta sin decir nada por unos instantes. Mantenía aún los ojos cerrados. Giró el cuello hacia donde se imaginaba que había venido la voz. Si hubiera tenido los ojos abiertos habría estado viendo directo a los del niño. El hombrecito volvió a hablar:
—Eh, si. ¿Qué está pasando? —El niño miró a su amiga con una leve sonrisa, arqueando las cejas, y esta lo miró con la misma sonrisa impaciente de siempre.
—Amigo, estás desnudo —. Dijo el niño.
—jaja, sí, sí. ¿Qué está pasando?
—¿Qué está pasando de qué, amigo? El hombrecito seguía sin abrir los ojos.
—Verás, que llevo una vida de estar aquí y jamás había oído un ruido que tuviera sentido
—¿Mi voz, amigo?
—Si. De modo que tú eres —Hubo una pausa en la conversación pues el niño creyó que le diría algo más, pero el hombrecito se quedó callado.
—¿Yo soy qué?
—Eres, tú eres. No te estoy imaginando, ¿no? Oí tus pasos venir hacia mí y fue algo nuevo. Me pasa todo el tiempo que imagino cosas cuando me quedo dormido, me ha pasado toda la vida; pero hoy no estoy soñando —Y el hombrecito abrió los ojos y el niño vio que eran grandes y amarillos. Giró su cabeza a su izquierda para ver también a la chica que seguía sonriendo.
—Qué extraño es todo esto. Pásame la ropa —. Señaló con un dedo la ropa que ya estaba bien seca y se la puso con mucha calma, como si no hubiera nadie frente a él, así, sin pudor. Se volvió a sentar y con las manos invitó a los nuevos huéspedes de la orilla del río a que se sentaran junto a él.
—Yo Soy —Dijo el hombrecito, que se había puesto su sombrero y lo había arqueado, tapando buena cantidad de frente y un poco de cejas. De nuevo el niño esperó a que el individuo terminara su frase y le dijera su nombre, pero no lo hizo.
—Bueno, yo soy Regis —Dijo el niño—Y esta es Amara.
—No entiendo —Decía el hombrecito, y se rascaba la ropa y se inclinaba hacia la chica de nombre Amara, cuyo cabello rojo cobrizo parecía cautivarlo —Está claro que —y extendió una mano señalándonos— son, pero es extraño —Y se llevó ambas manos a la cabeza, preocupado, hundiendo sus dedos contra la frente. El niño Regis se acercó a Amara y quedito le preguntó al nivel del hombro dónde estaban. Si esto era en verdad un sueño. Amara asintió con la cabeza.
     El hombrecito bajó sus manos hasta el mentón y dejó una ahí, llevando la otra hasta su estómago. Mirando hacia el río le llegó el recuerdo de la explosión del día anterior.
—Ayer hubo un sonido horrible que hizo salir humo de la tierra y muchos árboles volaron por los aires arrancados de la raíz.
—Sí, cuando llegamos todo estaba hecho cenizas, señor. Disculpe, ¿cuál es su nombre? —Dijo Regis.
—¿Cómo dices?
—Su nombre, señor. No nos ha dicho su nombre —Y el hombrecito se quedaba incrédulo ante sus palabras y no hacia nada más que verlo extrañado. Regis miró a Amara, y esta ya no sonreía tan fuerte como lo hacía, pero seguía mostrando unos cuantos dientes entre los labios.
—Yo me llamo Regis y esta es Amara. ¿Usted cómo se llama?
—Nunca he tenido que llamarme
—Amara, ¿dónde estamos? —Dijo Regis, alzando la voz para que el hombrecito también pudiera oír, esperando que este le contestara.
     Amara no dijo nada.
     El hombrecito no dijo nada.
     Entonces Regis miró al hombrecito en sus ojos amarillos, tan grandes y atentos, y dijo con un tono de voz igual de seguro, pero menos elevado:
—Señor, ¿dónde estamos?
—A orillas del río. Debajo de un árbol. Sobre el zacate. A un lado de la montaña de tierra —Y Regis se volvió loco.
—¡No! ¿Qué es este lugar? ¿Es un bosque? ¿Dónde están las demás personas?
—¿Personas? Humm
—Sí. Ni si quiera he visto ni un animalito mientras caminé hasta aquí. Y he caminado bastante
—¡No te entiendo! —Dijo el hombrecito ya bien desesperado.
—¿NO HAY OTRO SER VIVO APARTE DE USTED EN TODO ESTE TERRENO? —Dijo Regis. Regis miró los frutos de naranja que el árbol tenía tan maduros y agregó: —Las plantas no cuentan
—No te entiendo —repitió el hombrecito.
     Amara se reía con pequeñas risas que no hacían nada para calmar a Regis. El hombrecito se rascaba sobre la ropa y esta estaba tan vieja que las uñas le hacían agujeros. Regis volvió a intentarlo:
—Bueno. No tienes nombre y no tienes idea o no te interesa decirnos qué lugar es este. Lugar de nadie para Don Nadie. Pero al menos debes decirme desde cuando estás aquí. Días, años...
—¡Ah, astronomía! Me acuerdo cuando el cielo estaba plagado de estrellas por la noche. Ya hace mucho de eso. La verdad que ni lo recuerdo bien. Las estrellas ya me parecen cosa de un sueño. Es tan lejano el recuerdo que me es imposible decirlo —Se quedó pensativo y volteó a ver a Regis con una expresión de sincera incredulidad. Miró al arrollo, a sus alrededores y encontró lo que buscaba. El hombrecito dijo:
—No puedo decir cuánto llevo aquí. La verdad es que no llevo la cuenta de los días y ni me interesa. Si miras al cielo verás que tampoco hay un sol, y sin embargo, el día está brillante. Las cosas dejaron de tener sentido hace mucho tiempo. Mira, ¿ves esa roca junto al río? —Y señaló una pequeñita piedra gris que sobresalía de entre todas las piedritas cafés de alrededor— antes era una montaña.
     Regis abrió la boca impresionado y miró a Amara. Permítenos un momento, por favor, dijo Regis al hombrecito, pero el hombrecito le importaba bien poco aquellos modales que para él no tenían sentido.
—Este sueño no es como los otros. Aquí no hay nadie. ¿Qué se supone que sea divertido de aquí? —Dijo Regis a Amara.
—Es un sueño como todos los demás, Regis. Te lo aseguro
—Cuando llegamos, todo a nuestro alrededor estaba en llamas. Parecía que había ocurrido una explosión. ¿Fuimos nosotros?
—Nadie ha salido lastimado —Amara sonreía tan dulce.
—Pero ¿porqué? ¿Cómo se hizo la explosión?
—Es difícil de explicar, Regis. Pero nadie ha salido lastimado.
—Si es un sueño, ¿qué más daría, no? A veces no sé donde estamos —La mariposa que había estado cerca de la ropa, revoloteando en la libertad del viento, volvía a hacer acto de presencia y se acercaba como bailando una danza en los aire, hacia el señor Individuo, nuestro hombrecito sin nombre.
—¡Mira, es una mariposa! —Dijo Regis sintiendo que aquel sueño en el que estaba era algo más que un sitio vació— ¿No que no había más seres vivos? —El hombrecito lo miró sin decirle nada y volvió a intentar relajarse recostándose en el árbol de naranjas.
—Bueno, Regis. Tengo que decirte algunas cosas sobre este sueño. El hombre de allí está falto de algunos conceptos. Lleva una eternidad aquí, sólo, y bien le va. Pregúntale lo que quieras, seguro te lo dice.
—Ya le he preguntado, Amara. No sabe nada.
—Pregúntale cosas que sabes que puede responder —Regis y Amara se volvieron a sentar debajo del naranjo, entre izquierda y derecha del hombrecito.
—¿Puedo llamarlo de alguna forma? —y el hombrecito arqueaba las cejas— dijo que no ha tenido necesidad de llamarse, pero ahora yo la tengo. No sé como dirigirme a Usted. ¿Cómo le gustaría llamarse? —El hombrecito se echó a reír con una risa amigable y Amara lo acompañó. Regis arqueó una leve sonrisa y se apresuró a decir Bueno.
—¿Bueno?
—No lo sé
—¿Te quieres llamar Nolosé? —y Amara rió con muchas ganas
—Ah, no, no. No tengo idea. Quisiera que fuera un nombre nuevo
—Claro, puede ser lo que sea.
—¿Ya hay alguien que se llame Nolosé?
—No, no que yo conozca —y el hombrecito miró a Amara y ella dijo que tampoco, sonriéndole con todos los dientes —Pero se oye extraño. ¿Qué tal Noloz? Es como Nolosé pero más chido, acá. Con estilo.
—¿Tú crees? —Regis se acercó a Amara, cambiado de actitud y sonriéndole a ambos—¿En serio?
—Definitivamente —Dijo Regis
—Pues de ahora en adelante, si he de llamarme, me llamaré Noloz.

martes, 2 de julio de 2013

Jordan

INCOMPLETO Y SIN PRIMERA LECTURA Y CORRECCIÓN
piscina, misterio


—¡No, la cabrona ni quería ir, hombre!
—¿Les dijo?
—Si. Es la pinche vieja de la mamá, bien manipuladora. Seguro le estuvo dice y dice y la pobre Angélica no tuvo otra que quedarse; ya ves como es.
—¿Iban a ir a algún lado?
—A la alberca. Se supone que fueron en la mañana Ya son las ¿qué?, como las cinco y todavía no habla. Ya le había prohibido las saliditas y otra vez sale con lo mismo. Es la última vez, Jordan. La última vez. Acuérdame —«Si, claro»

Mi cocina tiene ese ambiente frío de hospital; todos los electrodomésticos tienen acabo metálico. Es hermoso pero por las mañanas te sientes aislado. Los sábados vienen la señora Meche, la mujer que nos ayuda con el tiradero en la casa. Hoy es Domingo y aún se vive en la instantánea de ayer, pareciera que Meche acabara de irse. Algo pasa el Domingo en la noche que para el Lunes en la tarde la casa vuelve a agarrar su estado de contaminación habitual. Mi hermana Angélica no tiene el mínimo respeto por mis cosas, bueno, cero respeto por las de nadie. Vas a la alacena e ilusionado encuentras la caja de galletas sólo para descubrir que está vacía. Angélica hace lo mismo con la leche. Desde siempre ha hecho lo mismo; no es una novedad de la adolescencia o producto del estrés de la escuela. Hace unos días, por ejemplo, contestó el teléfono y habló con un sujeto que decía ser nuestro primo. "¡Hola prima!" fue lo primero que menciono, así, tal cual. Angélica no dijo nada. El sujeto le preguntó cómo había estado, le preguntó por la señora Abigail y para entonces mi hermana seguía preguntándose en su cabeza quien carajos estaba del otro lado de la línea. No hablaba en absoluto; entonces nuestro presunto "primo" dijo algo como "¿Qué pasó, prima? Te sacaste la lotería ¿o qué?". ¡¿Qué tenía que ver eso con todo?! Mi hermana se paniqueó y colgó el teléfono sintiendo que se había equivocado al contestar. Nunca contesta el teléfono, siempre me lo deja a mí y ahora le pasa esto. ¿Y por qué ahora sí contesta el teléfono?, preguntó mi mamá ese día en la noche mientras cenábamos fuera de casa. "Esperaba la llamada de Lety, mamá, y creí que era ella". Mi papá dijo que el tal primo esperaba que nosotros lo bautizaramos. El truco de la extorsión tiene su encanto. Coges el teléfono y marcas a un desconocido, le dices que eres el primo y entonces la persona pondrá en su cabeza las caras de su familia y la voz que más le queda es la que termina siendo parte de una frase, que, si la dicen, la extorsión es tuya: ¿Eres tú, primo Alfredo? Y la tenemos del cuello.
     Pero mi hermana, siendo el encanto de persona que es, es tan cerrada que ni se molestó en decirle el nombre de nadie, el extorsionador se quedó sin que más decir y en el silencio incómodo a mi hermana le llegó la iluminación al instante sus dedo apretó el botón de colgar. Luego vino el pánico y esa noche nuestras risas. A veces pienso que sería divertido que algún hombre intentara venderme un cuento. He pensado mucho en la posible situación y he pensado aún más  en lo que le diría, si pasara. Dice mi mamá que los que llaman son reos de la cárcel. La verdad que no lo sé, pero si cuestiono su lógica y pienso que son personas que diambulan por las calles y que, si les juego una broma tiene la posibilidad de venir y decirme que mi chiste no fue de su agrado, lento se me quitan las ganas.
     El teléfono vuelve a sonar y el pensamiento de que pueda ser un extorsionador, o en todo caso el mismo primo, me molesta y me doy cuenta de que sólo hablo por hablar. Dejo al teléfono hasta que mi madre se apresura dando saltitos y se lo lleva a la oreja. La miro desde la mesa dela cocina, sin esperar nada, pero quieto y atento. Mi mamá abre los ojos un poco y se cambia el teléfono de mano. Cuelga y baja el teléfono hasta las piernas y parada ahí, sin mirarme dice para toda la casa que no la encuentran.
—No la encuentran
—¿A Angélica? —Mi mamá se lleva la mano al cabello y se lo hace hacia atrás. Vuelve a mirar el teléfono y marca a mi papá. En un parpadeo estamos dentro del auto camino hacia la casa de Laura, la amiga de mi hermana. En todo el viaje no hablamos. No sabía que decir, me sentía incómodo. Es de no creerse, pero está pasando. Me preocupa la reacción que tendrá mi mamá con la señora mamá de Laura. Todos los semáforos nos tocaron verdes y llegamos a la casa en siete minutos. Me bajé sin idea alguna de qué estaba por pasar. Piensas que podría estar escondida, o jugando, o cualquier cosa buena. Entonces se me ocurre algo que decir mientras salíamos del auto.
—¿Desde qué hora?
—No sé, desde las once
     Son casi las siete. Hay dos patrullas estacionadas fuera de la casa de Laura, la luz de día está en sus últimos momentos y mi mamá es la persona más seria del mundo. Apenas tocamos y nos abrieron. Los policías estaban de pie en la sala. Todo el ambiente es amarilloso, los muebles, paredes, el piso. El papá de Laura hablaba con los policías, palabras que ni oía porque frente a nosotros, quien nos había abierto fue la mamá de Laura, quien tenía las cejas caídas, consternada.
—Hola Aby
—Hola Susan. ¿Ya?
—¿Ya? Eh ¿Ya qué?
—Si ya la encontraron —Mi mamá hablaba lento y su mirada estaba fija en Susan; no en sus ojos, sino en toda Susan, englobándola.
—Pues, no —Y miró al piso, como quien muere de vergüenza. La levantó y con ella nos apuntó hacia los policías que seguían hablando con el padre de Laura. Mi mamá caminó hacia ellos y exigió saberlo todo. Entonces empezó a elevar la voz y llamar a la señora Susan y me mandó a buscar a Laura a su cuarto. Quería saberlo todo.
     Los primeros escalones los trepé muy rápido para alejarme de la escena de conflicto. Pasados esos caminé lo más lento que pude hasta el cuarto de Laura. Me dijeron que se había encerrado después de haber hablado con los policías. Parado frente a la puerta de madera con stickers de flores rosadas vuelvo a mi mano un puño duro y golpeo dos veces haciendo eco en el total silencio del segundo piso. Una Laura de ojos caídos me abre la puerta con lentitud y con la boca sellada, tan juntos los labios que parece que se evita el vómito, alza la cabeza preguntándome cuál era mi asunto.
—Laura, mi mamá quiere hacerte unas preguntas. ¿Puedes bajar? —Sin hablar cierra la puerta tras ella y bajamos a buen ritmo las escaleras de vuelta a la sala amarillosa. Todo el segundo piso, además de estar tan callado, también estaba muy aislado de luz. Hasta casi llegar a abajo fue que me di cuenta que Laura iba con una blusa larga que llegaba hasta cubrirle un poco los muslos, notándosele el bañador que aún llevaba puesto, descalza y bastante greñuda. Me senté en el mueble más amplio de la sala haciéndome el desinteresado, como si estuviera en mi rollo y no me tomara como problema lo que estaba pasando. Puse una pierna encima de la otra y miraba el trasero de Laura permanecer de pie frente a mi mamá, quien estaba sentada, a una distancia donde podía oír todo, pero no porque estuviera cerca, sino porque hablaban claro y conciso y las demás personas permanecían calladas. Los policías seguían ahí, pero también escuchaban. Mi mamá se cruzó de brazos y le preguntaba a Laura con el tono de voz correcto, nada preocupado, aunque era claro que estaba preocupada porque jamás la había oído hablar tan segura. Mi mamá se había transformado en un policía más en la sala.