martes, 2 de julio de 2013

Jordan

INCOMPLETO Y SIN PRIMERA LECTURA Y CORRECCIÓN
piscina, misterio


—¡No, la cabrona ni quería ir, hombre!
—¿Les dijo?
—Si. Es la pinche vieja de la mamá, bien manipuladora. Seguro le estuvo dice y dice y la pobre Angélica no tuvo otra que quedarse; ya ves como es.
—¿Iban a ir a algún lado?
—A la alberca. Se supone que fueron en la mañana Ya son las ¿qué?, como las cinco y todavía no habla. Ya le había prohibido las saliditas y otra vez sale con lo mismo. Es la última vez, Jordan. La última vez. Acuérdame —«Si, claro»

Mi cocina tiene ese ambiente frío de hospital; todos los electrodomésticos tienen acabo metálico. Es hermoso pero por las mañanas te sientes aislado. Los sábados vienen la señora Meche, la mujer que nos ayuda con el tiradero en la casa. Hoy es Domingo y aún se vive en la instantánea de ayer, pareciera que Meche acabara de irse. Algo pasa el Domingo en la noche que para el Lunes en la tarde la casa vuelve a agarrar su estado de contaminación habitual. Mi hermana Angélica no tiene el mínimo respeto por mis cosas, bueno, cero respeto por las de nadie. Vas a la alacena e ilusionado encuentras la caja de galletas sólo para descubrir que está vacía. Angélica hace lo mismo con la leche. Desde siempre ha hecho lo mismo; no es una novedad de la adolescencia o producto del estrés de la escuela. Hace unos días, por ejemplo, contestó el teléfono y habló con un sujeto que decía ser nuestro primo. "¡Hola prima!" fue lo primero que menciono, así, tal cual. Angélica no dijo nada. El sujeto le preguntó cómo había estado, le preguntó por la señora Abigail y para entonces mi hermana seguía preguntándose en su cabeza quien carajos estaba del otro lado de la línea. No hablaba en absoluto; entonces nuestro presunto "primo" dijo algo como "¿Qué pasó, prima? Te sacaste la lotería ¿o qué?". ¡¿Qué tenía que ver eso con todo?! Mi hermana se paniqueó y colgó el teléfono sintiendo que se había equivocado al contestar. Nunca contesta el teléfono, siempre me lo deja a mí y ahora le pasa esto. ¿Y por qué ahora sí contesta el teléfono?, preguntó mi mamá ese día en la noche mientras cenábamos fuera de casa. "Esperaba la llamada de Lety, mamá, y creí que era ella". Mi papá dijo que el tal primo esperaba que nosotros lo bautizaramos. El truco de la extorsión tiene su encanto. Coges el teléfono y marcas a un desconocido, le dices que eres el primo y entonces la persona pondrá en su cabeza las caras de su familia y la voz que más le queda es la que termina siendo parte de una frase, que, si la dicen, la extorsión es tuya: ¿Eres tú, primo Alfredo? Y la tenemos del cuello.
     Pero mi hermana, siendo el encanto de persona que es, es tan cerrada que ni se molestó en decirle el nombre de nadie, el extorsionador se quedó sin que más decir y en el silencio incómodo a mi hermana le llegó la iluminación al instante sus dedo apretó el botón de colgar. Luego vino el pánico y esa noche nuestras risas. A veces pienso que sería divertido que algún hombre intentara venderme un cuento. He pensado mucho en la posible situación y he pensado aún más  en lo que le diría, si pasara. Dice mi mamá que los que llaman son reos de la cárcel. La verdad que no lo sé, pero si cuestiono su lógica y pienso que son personas que diambulan por las calles y que, si les juego una broma tiene la posibilidad de venir y decirme que mi chiste no fue de su agrado, lento se me quitan las ganas.
     El teléfono vuelve a sonar y el pensamiento de que pueda ser un extorsionador, o en todo caso el mismo primo, me molesta y me doy cuenta de que sólo hablo por hablar. Dejo al teléfono hasta que mi madre se apresura dando saltitos y se lo lleva a la oreja. La miro desde la mesa dela cocina, sin esperar nada, pero quieto y atento. Mi mamá abre los ojos un poco y se cambia el teléfono de mano. Cuelga y baja el teléfono hasta las piernas y parada ahí, sin mirarme dice para toda la casa que no la encuentran.
—No la encuentran
—¿A Angélica? —Mi mamá se lleva la mano al cabello y se lo hace hacia atrás. Vuelve a mirar el teléfono y marca a mi papá. En un parpadeo estamos dentro del auto camino hacia la casa de Laura, la amiga de mi hermana. En todo el viaje no hablamos. No sabía que decir, me sentía incómodo. Es de no creerse, pero está pasando. Me preocupa la reacción que tendrá mi mamá con la señora mamá de Laura. Todos los semáforos nos tocaron verdes y llegamos a la casa en siete minutos. Me bajé sin idea alguna de qué estaba por pasar. Piensas que podría estar escondida, o jugando, o cualquier cosa buena. Entonces se me ocurre algo que decir mientras salíamos del auto.
—¿Desde qué hora?
—No sé, desde las once
     Son casi las siete. Hay dos patrullas estacionadas fuera de la casa de Laura, la luz de día está en sus últimos momentos y mi mamá es la persona más seria del mundo. Apenas tocamos y nos abrieron. Los policías estaban de pie en la sala. Todo el ambiente es amarilloso, los muebles, paredes, el piso. El papá de Laura hablaba con los policías, palabras que ni oía porque frente a nosotros, quien nos había abierto fue la mamá de Laura, quien tenía las cejas caídas, consternada.
—Hola Aby
—Hola Susan. ¿Ya?
—¿Ya? Eh ¿Ya qué?
—Si ya la encontraron —Mi mamá hablaba lento y su mirada estaba fija en Susan; no en sus ojos, sino en toda Susan, englobándola.
—Pues, no —Y miró al piso, como quien muere de vergüenza. La levantó y con ella nos apuntó hacia los policías que seguían hablando con el padre de Laura. Mi mamá caminó hacia ellos y exigió saberlo todo. Entonces empezó a elevar la voz y llamar a la señora Susan y me mandó a buscar a Laura a su cuarto. Quería saberlo todo.
     Los primeros escalones los trepé muy rápido para alejarme de la escena de conflicto. Pasados esos caminé lo más lento que pude hasta el cuarto de Laura. Me dijeron que se había encerrado después de haber hablado con los policías. Parado frente a la puerta de madera con stickers de flores rosadas vuelvo a mi mano un puño duro y golpeo dos veces haciendo eco en el total silencio del segundo piso. Una Laura de ojos caídos me abre la puerta con lentitud y con la boca sellada, tan juntos los labios que parece que se evita el vómito, alza la cabeza preguntándome cuál era mi asunto.
—Laura, mi mamá quiere hacerte unas preguntas. ¿Puedes bajar? —Sin hablar cierra la puerta tras ella y bajamos a buen ritmo las escaleras de vuelta a la sala amarillosa. Todo el segundo piso, además de estar tan callado, también estaba muy aislado de luz. Hasta casi llegar a abajo fue que me di cuenta que Laura iba con una blusa larga que llegaba hasta cubrirle un poco los muslos, notándosele el bañador que aún llevaba puesto, descalza y bastante greñuda. Me senté en el mueble más amplio de la sala haciéndome el desinteresado, como si estuviera en mi rollo y no me tomara como problema lo que estaba pasando. Puse una pierna encima de la otra y miraba el trasero de Laura permanecer de pie frente a mi mamá, quien estaba sentada, a una distancia donde podía oír todo, pero no porque estuviera cerca, sino porque hablaban claro y conciso y las demás personas permanecían calladas. Los policías seguían ahí, pero también escuchaban. Mi mamá se cruzó de brazos y le preguntaba a Laura con el tono de voz correcto, nada preocupado, aunque era claro que estaba preocupada porque jamás la había oído hablar tan segura. Mi mamá se había transformado en un policía más en la sala.