miércoles, 17 de julio de 2013

Una Eternidad de Nadie

La idea me surgió mientras estaba en la oscuridad de una fiesta de quinceañeras en la Ciudad de México. Me aburren las fiestas.     


     Era un hombre bajito y de tez blanca que portaba unos zapatos muy gastados y un gorro en punta, que se hallaba reposando en su árbol de naranjas favorito.Tenía los brazos en la nuca, los ojos cerrados y disfrutaba de un buen día de no hacer nada. Junto a él había una mariposa que revoloteaba perdida entre unas flores cerca de sus pies. El prado, los árboles, las flores y aquella mariposa brillaban con la intensidad de la vida sobre un cielo azul sin fin. La brisa que venía del norte tocó la piel del hombrecito y este no pudo evitar sonreír. A exactamente 771 metros del árbol de naranja ocurrió una explosión que lanzó por los aires bocanadas de humo y restos de tronco por todos lados en un atronador golpe contra la tierra y el cielo, y la onda sónica atravesó los tímpanos del hombrecito, quien se sacudió junto con la tierra. La mariposita que revoloteaba perdida subió varios metros y se perdió de la vista de un hombre que mira derecho. Aterrado, el hombrecito de zapatos gastados se levantó y subió hasta una montaña de tierra donde creyó que podría ver mejor lo que estaba pasando. El individuo mantenía su mano izquierda sobre el pecho como intentando desacelerar al corazón. La nube de cenizas se expandía y abarcaba cada vez más terreno hasta que por fin tocó la montaña y el hombre se cubrió la boca con su sombrero. Era un completo manojo de nervios. Jamás había visto una  explosión.
     Mientras estaba tirado con la mirada perdida en la inmensidad del cielo y cubierto de la boca con su sombrero raído y maloliente, pensaba si era prudente acercarse al mero lugar del suceso
     No, pensó. Esa área a la distancia estaba negra.
     Entonces la nube de ceniza era tanta que no tubo otra que alejarse, alejarse lo más que pudiera. Avanzó hasta el río donde solía tomar agua y se metió con todo y ropa en su intento por relajarse. El agua estaba helada pero no le importaba. Se sumergió y abrió la boca tragándose lo que había entrado. Su cerebro dejaba de pensar y eso era lo que buscaba. Relajarse. Había perfeccionado la técnica de permanecer días bajo el agua, y salió hasta al día siguiente por la mañana cuando los rayos de sol se refractaban iluminando sus párpados cerrados. Ya fuera del agua se desnudó y tendió sus harapientas ropas y las puso a secar en el zacate. El humo ya no estaba y se sintió satisfecho cuando aquella misma mariposa que solía acompañarlo volvió a acercársele, revoloteando plácidamente entre las cercanías de su ropa. Volvió a a acomodarse  en el árbol más cercano, uno que no era su favorito, y de nuevo, como si no hubiese descansado estando bajo el agua, volvió a cerrar los ojos y una brisa nueva volvió a tocar su piel y el hombrecito volvió a sonreír de lo satisfecho que estaba de que ya todo había pasado. Se preguntó sólo una vez mientras yacía en ese árbol, desnudo y con el cabello mojado, qué, oh, qué pudo ser aquel ruido que hizo levantar la tierra. Pero poco le importaba. Siempre había vivido tan tranquilo...
     Dejando huellas entre la ceniza que había por las plantas, en el zacate, entre los caminos de tierra seca, demasiado seca para estar tan cerca de un río, pasaban un niño y una chica a paso firme hacia la orilla del río donde el hombrecito descansaba sonriente.
     Había un niño que caminaba y admiraba a cada paso todas las cosas con las que se topaba; cada árbol y piedra en su camino le era interesante; en cambio, la chica que le acompañaba no lo notaba y sólo no dejaba de sonreír. Sólo iba a su lado sin mirar otra cosa que al niño. En ocasiones el niño miraba su mano y después la apartaba tallándola contra su pantalón y en una de esos momentos de impresión ante tanta belleza, exclamó: ¡Ni si quiera estamos aquí! La chica sonreía ávidamente y el niño encontró la ropa del hombrecito que se calentaba sobre el zacate.
—Eso... es ropa —. Dijo el niño a la chica.
—Eso parece —. Dijo la chica con una expresión sonriente que arrugaba la nariz y los ojos se le achicaban y hacían una "u" invertida.
     Entonces el niño miro a su alrededor y vio al hombrecito descansar en el árbol. Agarró a la chica del brazo y caminaron apresurados hasta estar frente al sujeto desnudo. Nada lo cubría. El hombrecito tenía los brazos tras la cabeza con las manos apoyadas en la nuca y las piernas cruzadas, sentado en el zacate. El niño veía sus ojos cerrados y miró a la chica como pidiendo aprobación para despertarlo. La chica se mordió el labio inferior y agito la cabeza como una loca. El niño gritó HOLA y lo único que el hombrecito hizo fue quedarse quieto. El niño esperó unos segundos a ver qué ocurría y fue cuando la mano del hombrecito se alargó hasta su pecho y se tocó apretándose el corazón.
—... Hola —. Dijo el hombrecito al fin, luego de tener la boca abierta sin decir nada por unos instantes. Mantenía aún los ojos cerrados. Giró el cuello hacia donde se imaginaba que había venido la voz. Si hubiera tenido los ojos abiertos habría estado viendo directo a los del niño. El hombrecito volvió a hablar:
—Eh, si. ¿Qué está pasando? —El niño miró a su amiga con una leve sonrisa, arqueando las cejas, y esta lo miró con la misma sonrisa impaciente de siempre.
—Amigo, estás desnudo —. Dijo el niño.
—jaja, sí, sí. ¿Qué está pasando?
—¿Qué está pasando de qué, amigo? El hombrecito seguía sin abrir los ojos.
—Verás, que llevo una vida de estar aquí y jamás había oído un ruido que tuviera sentido
—¿Mi voz, amigo?
—Si. De modo que tú eres —Hubo una pausa en la conversación pues el niño creyó que le diría algo más, pero el hombrecito se quedó callado.
—¿Yo soy qué?
—Eres, tú eres. No te estoy imaginando, ¿no? Oí tus pasos venir hacia mí y fue algo nuevo. Me pasa todo el tiempo que imagino cosas cuando me quedo dormido, me ha pasado toda la vida; pero hoy no estoy soñando —Y el hombrecito abrió los ojos y el niño vio que eran grandes y amarillos. Giró su cabeza a su izquierda para ver también a la chica que seguía sonriendo.
—Qué extraño es todo esto. Pásame la ropa —. Señaló con un dedo la ropa que ya estaba bien seca y se la puso con mucha calma, como si no hubiera nadie frente a él, así, sin pudor. Se volvió a sentar y con las manos invitó a los nuevos huéspedes de la orilla del río a que se sentaran junto a él.
—Yo Soy —Dijo el hombrecito, que se había puesto su sombrero y lo había arqueado, tapando buena cantidad de frente y un poco de cejas. De nuevo el niño esperó a que el individuo terminara su frase y le dijera su nombre, pero no lo hizo.
—Bueno, yo soy Regis —Dijo el niño—Y esta es Amara.
—No entiendo —Decía el hombrecito, y se rascaba la ropa y se inclinaba hacia la chica de nombre Amara, cuyo cabello rojo cobrizo parecía cautivarlo —Está claro que —y extendió una mano señalándonos— son, pero es extraño —Y se llevó ambas manos a la cabeza, preocupado, hundiendo sus dedos contra la frente. El niño Regis se acercó a Amara y quedito le preguntó al nivel del hombro dónde estaban. Si esto era en verdad un sueño. Amara asintió con la cabeza.
     El hombrecito bajó sus manos hasta el mentón y dejó una ahí, llevando la otra hasta su estómago. Mirando hacia el río le llegó el recuerdo de la explosión del día anterior.
—Ayer hubo un sonido horrible que hizo salir humo de la tierra y muchos árboles volaron por los aires arrancados de la raíz.
—Sí, cuando llegamos todo estaba hecho cenizas, señor. Disculpe, ¿cuál es su nombre? —Dijo Regis.
—¿Cómo dices?
—Su nombre, señor. No nos ha dicho su nombre —Y el hombrecito se quedaba incrédulo ante sus palabras y no hacia nada más que verlo extrañado. Regis miró a Amara, y esta ya no sonreía tan fuerte como lo hacía, pero seguía mostrando unos cuantos dientes entre los labios.
—Yo me llamo Regis y esta es Amara. ¿Usted cómo se llama?
—Nunca he tenido que llamarme
—Amara, ¿dónde estamos? —Dijo Regis, alzando la voz para que el hombrecito también pudiera oír, esperando que este le contestara.
     Amara no dijo nada.
     El hombrecito no dijo nada.
     Entonces Regis miró al hombrecito en sus ojos amarillos, tan grandes y atentos, y dijo con un tono de voz igual de seguro, pero menos elevado:
—Señor, ¿dónde estamos?
—A orillas del río. Debajo de un árbol. Sobre el zacate. A un lado de la montaña de tierra —Y Regis se volvió loco.
—¡No! ¿Qué es este lugar? ¿Es un bosque? ¿Dónde están las demás personas?
—¿Personas? Humm
—Sí. Ni si quiera he visto ni un animalito mientras caminé hasta aquí. Y he caminado bastante
—¡No te entiendo! —Dijo el hombrecito ya bien desesperado.
—¿NO HAY OTRO SER VIVO APARTE DE USTED EN TODO ESTE TERRENO? —Dijo Regis. Regis miró los frutos de naranja que el árbol tenía tan maduros y agregó: —Las plantas no cuentan
—No te entiendo —repitió el hombrecito.
     Amara se reía con pequeñas risas que no hacían nada para calmar a Regis. El hombrecito se rascaba sobre la ropa y esta estaba tan vieja que las uñas le hacían agujeros. Regis volvió a intentarlo:
—Bueno. No tienes nombre y no tienes idea o no te interesa decirnos qué lugar es este. Lugar de nadie para Don Nadie. Pero al menos debes decirme desde cuando estás aquí. Días, años...
—¡Ah, astronomía! Me acuerdo cuando el cielo estaba plagado de estrellas por la noche. Ya hace mucho de eso. La verdad que ni lo recuerdo bien. Las estrellas ya me parecen cosa de un sueño. Es tan lejano el recuerdo que me es imposible decirlo —Se quedó pensativo y volteó a ver a Regis con una expresión de sincera incredulidad. Miró al arrollo, a sus alrededores y encontró lo que buscaba. El hombrecito dijo:
—No puedo decir cuánto llevo aquí. La verdad es que no llevo la cuenta de los días y ni me interesa. Si miras al cielo verás que tampoco hay un sol, y sin embargo, el día está brillante. Las cosas dejaron de tener sentido hace mucho tiempo. Mira, ¿ves esa roca junto al río? —Y señaló una pequeñita piedra gris que sobresalía de entre todas las piedritas cafés de alrededor— antes era una montaña.
     Regis abrió la boca impresionado y miró a Amara. Permítenos un momento, por favor, dijo Regis al hombrecito, pero el hombrecito le importaba bien poco aquellos modales que para él no tenían sentido.
—Este sueño no es como los otros. Aquí no hay nadie. ¿Qué se supone que sea divertido de aquí? —Dijo Regis a Amara.
—Es un sueño como todos los demás, Regis. Te lo aseguro
—Cuando llegamos, todo a nuestro alrededor estaba en llamas. Parecía que había ocurrido una explosión. ¿Fuimos nosotros?
—Nadie ha salido lastimado —Amara sonreía tan dulce.
—Pero ¿porqué? ¿Cómo se hizo la explosión?
—Es difícil de explicar, Regis. Pero nadie ha salido lastimado.
—Si es un sueño, ¿qué más daría, no? A veces no sé donde estamos —La mariposa que había estado cerca de la ropa, revoloteando en la libertad del viento, volvía a hacer acto de presencia y se acercaba como bailando una danza en los aire, hacia el señor Individuo, nuestro hombrecito sin nombre.
—¡Mira, es una mariposa! —Dijo Regis sintiendo que aquel sueño en el que estaba era algo más que un sitio vació— ¿No que no había más seres vivos? —El hombrecito lo miró sin decirle nada y volvió a intentar relajarse recostándose en el árbol de naranjas.
—Bueno, Regis. Tengo que decirte algunas cosas sobre este sueño. El hombre de allí está falto de algunos conceptos. Lleva una eternidad aquí, sólo, y bien le va. Pregúntale lo que quieras, seguro te lo dice.
—Ya le he preguntado, Amara. No sabe nada.
—Pregúntale cosas que sabes que puede responder —Regis y Amara se volvieron a sentar debajo del naranjo, entre izquierda y derecha del hombrecito.
—¿Puedo llamarlo de alguna forma? —y el hombrecito arqueaba las cejas— dijo que no ha tenido necesidad de llamarse, pero ahora yo la tengo. No sé como dirigirme a Usted. ¿Cómo le gustaría llamarse? —El hombrecito se echó a reír con una risa amigable y Amara lo acompañó. Regis arqueó una leve sonrisa y se apresuró a decir Bueno.
—¿Bueno?
—No lo sé
—¿Te quieres llamar Nolosé? —y Amara rió con muchas ganas
—Ah, no, no. No tengo idea. Quisiera que fuera un nombre nuevo
—Claro, puede ser lo que sea.
—¿Ya hay alguien que se llame Nolosé?
—No, no que yo conozca —y el hombrecito miró a Amara y ella dijo que tampoco, sonriéndole con todos los dientes —Pero se oye extraño. ¿Qué tal Noloz? Es como Nolosé pero más chido, acá. Con estilo.
—¿Tú crees? —Regis se acercó a Amara, cambiado de actitud y sonriéndole a ambos—¿En serio?
—Definitivamente —Dijo Regis
—Pues de ahora en adelante, si he de llamarme, me llamaré Noloz.