martes, 6 de agosto de 2013

El Parto de Marzia

Lectura y correcciones rápidas.

blanco y negro, café, dibujo, chica,

     La maestra había dado la orden de que los alumnos se pusieran de pie y desfilaran por el pasillo hasta llegar a las escaleras, y bajarlas. Había ordenado que fueran al salón de presentaciones, el salón Ps5, donde mostrarían en la pantalla del proyector el vídeo de un parto mientras lo explicaban a detalle. El día estaba como para asarse, diría Marzia si permaneciera más de medio segundo sin caminar bajo el sol. A paso acelerado se aproximaron los alumnos hasta la puerta del salón Ps5 para refugiarse en la sombra que el imponente edificio daba en dirección sur. Cuando Marzia entró, entre apretujones, se encontró con muchos grupos que habían llegado antes que el suyo. Ni si quiera podía ver bien la pantalla del proyector, que en ese momento estaba azul.

     Espaldas y cabezas
     —¡No se ve un demonio, tú! —dijo Marzia a Erick, quien estaba a su lado y podía ver perfectamente.
     —¿Tú quieres?
     —Pues no, pero igual no veo —dijo Marzia fingiendo quejarse.
     El salón Ps5 tenía el piso algo amarillento, las paredes y el techo blanco, tan alto que cuando estaba vacío se producía un eco fantasmagórico. Las ventanas estaban tapadas por rectángulos negros de cartulina, algunos mal colocados que hacían entrar los rayos de sol, alejándose de su propósito principal: Convertir al salón en boca de lobo. La luz del proyector era bastante fuerte. Tendría que ser lo único visible: Frente a las cabezas de un centenar de estudiantes sólo debiera reinar una vagina anónima que se abriera como montaña entre paredes cavernosas, con la culminación del llanto de un bebé; oh, milagro de la vida.
     Pero lo cierto era que la atmósfera de terror se disipaba por los rayos que se filtraban a través de los mediocres rectángulos mal colocados de cartulina.
     Marzia no se dio cuenta, pero se cruzó de brazos. Estaba molesta. No podía ver más que un pedacito de proyección, apenas algo de la parte superior. Platicaba con Erick y Susan sobre el niño extraño que había visto el día anterior. Marzia había acompañado a su madre a comprar café Folgers al City Club, el único café que tomaban con placer inmediato; ya estaban hartos de los experimentos con café Oaxaqueño que traía su padre del trabajo cuando un compañero se lo regalaba. Ese café no es lo mismo, decía Marzia, quien también lo tomaba.
     Llenaron el carrito de compras con otros artículos más: Tés de 600 ml en paquetes de 9, jabón en polvo, un paquete de plumones Sharpie de todos los colores que pudieras necesitar (Marzia se preguntó qué pasaría si se le acabara uno y quisiera reemplazarlo, ¿acaso vendían el rosa claro por separado?) y por supuesto, el café Folgers de tamaño familiar.
     Estaban en la fila para pagar, una de las cuatro cajas que atendían. Era lunes y la tienda estaba bastante vacía. Marzia tenía sus plumones en la mano; se los entregó al cajero y le dijo: Quiero saber cuánto cuestan. El cajero tecleo unos números y pasó el código de barras a la pistola láser. Marzia vio el precio en la pantalla y miró a su madre.
     —Si quieres, llévatelos —dijo la mamá de Marzia
     —No; ni los ocupo. Creí que estaban más baratos —«¿Qué pasa si se me acaba el rosa, eh?»
     Frente a las cajas había una estación de comida que le pareció mejor idea que los plumones. Compraron un pedazo de pizza (¡Un pedazote!), unas papas fritas con queso y un refresco rellenable al que Marzia sirvió Sprite. Se sentó con su mamá en las mesas que tenía la estación de comida y se distrajeron hablando del hambre que tenía Marzia. Su mamá se había dejado los lentes de sol violetas desde que entraron, que le servían muy bien en ese momento porque a su derecha tenía una pared de cristal que dejaba entrar buena luz al área de las mesas. A ella no se le antojaban ni las papas.
     —¡Ah! Aquí en mi bolsa tengo unas galletas de animalito. ¿Y si me compro un café, me ayudas? —dijo la mamá de Marzia.
     —¡Más café! pero si acabas de gastar casi 300 pesos en puro café. Además, esto ya tiene bastante cafeína —y señaló el vaso con Sprite.
     —Ah, pues sí —dijo resignada
     A lado de las mesas estaba la puerta eléctrica para salir de la tienda, con su guardia que te revisa que hayas comprado exactamente lo que aparece en el recibo (la práctica que han de tener para hacerlo de un vistazo...). Marzia se había llevado el popote a la boca cuando a su derecha pasó un carrito de compras cargado sólo de Coca-Colas de dos litros. Arriba y abajo. Repleto. Lo empujaba un gordo que iba desganado, caminando con flojera contagiosa. La atención entera se la llevó su hijo; el pobre tenía la cabeza hinchada como si un gigante le hubiera exprimido las piernas y toda su sangre hubiese subido con violencia hasta su cara causándole estragos en las venas.
     —Hidrocefalia —dijo Erick—. Lo vi en el periódico. Es horrible.
     —¡Es horripilante! —dijo Marzia— Casi me ahogo con el Sprite.
     El murmullo del alumnado, que se vivía como susurros inentendibles (aunque te concentraras en hacerlo), se apagaron gradualmente hasta quedar el Ps5 en completo silencio.
     La maestra encargada de presentar a los chicos el encantador video se había parado en medio del estrado, a la misma altura del piso, y con micrófono en mano comenzó a hablar.
     El proyector dejó de mandar una imagen azul; se puso en movimiento. La maestra iba pausando el video para explicar cada escena y sus detalles. Ni Marzia ni Susan, que estaban de la misma estatura, veían un demonio. Sólo cabezas. Miraban la cara de Erick hacer muecas de asco y disgusto a cada tintineo que producía la película cuando la maestra daba play y pausa. De vez en cuando las escenas del proyector generaban estallidos (algunos exagerados para hacer reír, pero la mayoría eran verdaderos gritos de angustia) de UUUUUUUGH y AAAAAAAGH entre los que sí alcanzaban a ver. Erick solía mirar al piso en esos momentos, o a sus amigas, que habían decidido seguir hablando de la hidrocefalia y lo mucho que asustaba.
     A media presentación, Marzia se empezó a sentir verdaderamente mal. El ambiente del salón estaba controlado. No hacía falta oxígeno y tampoco hacía calor. Era Marzia.
     Hablar con Susan le empezó a costar. Poco a poco las palabras que decía las fue eligiendo cuidadosamente. Susan le preguntó si se sentía bien y cuando Marzia tenía pensado pedir ayuda, se desmayó.
     El sonido de su cuerpo golpear el piso no habría hecho voltear a nadie; todos estaban embobados con el video. Fue el chillido de Susan que llamó la atención. Unos cuantos voltearon y la vieron intentar levantar a Marzia, pero no podía. Erick, que estaba cerca, se inclinó asustado y la levantó de los hombros para que su cabeza no tocara el suelo. Una voz muy dentro de la multitud gritó: ¡Alguien se desmayó!
     La maestra en el estrado pausó el video y al igual que todos los alumnos frente a ella, giraron sus cabezas como serpientes en una ola de zigzagueos frenéticos hasta dar con Marzia.
     La maestra avanzó casi corriendo hasta que llegó frente a ella. Ya empezaba a abrir los ojos. La maestra le agarró un brazo y se lo puso alrededor del cuello.
     —Niña, ¿estás bien? —dijo la maestra. Marzia no entendía nada.
     Sus piernas apenas le funcionaban, y agarrada de la maestra al cuello caminaron hasta la Dirección junto a Susan y Erick. La sentaron y le dieron una paleta dulce que compraron a un carretonero justo afuera.
     —¿Qué pasó, mija? ¿Te dio asco? —dijo la maestra mirando primero muy apenada a Marzia y luego a sus amigos. Marzia no podía hablar, así que entrecerró los ojos y sacudió la cabeza.
     —¡No'mbre ni vimos nada! —dijo Susan. La maestra la observó muy atenta —. Estábamos hablando y vi que se ponía rara.
     —Yo no sé, sólo la vi ahí tirada. Dije: Qué onda —se apresuró a decir Erick cuando la mirada de la maestra se posó sobre él.
     —Ah, ya —dijo la maestra dejando escapar una risita histérica—. No querían que mostrara ese video, y cuando dijeron que alguien se había desmayado fue lo primero que pensé, que había sido el video.
     Toda la escuela contaría en sus casas que una niña (que muchos no pudieron ver porque estaban muy cerca del estrado) se había desmayado en la presentación de un parto en video, y Marzia se cansaría de explicar a cuantos se le acercaran con la misma estúpida pregunta de: «Hey Marzia, ¿por qué te desmayaste?» que aquello no tenía nada que ver con su estómago débil. Mientras su visión se iba a negro, su mente plasmo la imagen del niño con hidrocefalia. Grande. Abrupta. La imagen de un ser con la cabeza desfigurada, las venas de la cara sobresaltadas, como hinchadas, y unos ojos bien abiertos de pupilas negras que la miraban recelosos caer de espaldas.