sábado, 3 de agosto de 2013

Kenneth

Primera lectura rápida con corrección rápida.
caminar, mochila, chica, atardecer, día soleado, despedida, de espaldas

     —He soñado que te encontraba en una tienda y nos reíamos mucho. Te hablé de mis problemas y tu sólo me mirabas tan comprensiva. Sentía que me querías. Te juntabas mucho a mí y yo estaba, no en la la séptima nueve, sino mucho más arriba. Nos fuimos a sentar en una esquina, en el piso. Hablábamos de tantas cosas, cosas que ahorita no recuerdo. Pero tu alegría y entusiasmo sí que las tengo muy presentes. Sentía que me querías y me acuerdo pensar "qué extraño y qué grandioso es todo esto", porque parecía tan real, ¡no había duda de que estaba pasando!

Había un puente al que podías subir por el extremo izquierdo a través de una escalera. Tú y yo lo subimos porque queríamos cruzar ese puente, pero el puente estaba roto de en medio y pensábamos en saltarlo. En vez de eso, nos acercamos a la orilla y te agarré de la mano. Saltaste y con la ayuda del impulso que te dí llegaste al otro lado sin ningún problema. Luego tú me ayudaste.
     En el extremo derecho del puente había otra escalera que subía muy alto; no sabíamos a donde. Se nos hizo buena idea explorar por ahí, pero cuando ibas a la mitad te detuviste y comenzaste a llorar. Yo no podía verte, me dabas la espalda, pero recuerdo sentirme tan apenado que quise tronar los dedos y hacer que aparecieras en la cima, sana y segura.
Antes de encontrarnos con las escaleras del puente, habíamos estado hablando sentados en la esquina de un edificio. Detrás nuestro había un ventanal enorme que abarcaba varios pisos de altura y frente a él había un patio en donde circulaban muchas personas. Mi pierna tocaba tu piernas y en ocasiones nuestros brazos se tocaban, porque cuando hablabas manoteabas efusivamente. Amaba tocarte. Oírte y por supuesto verte tan alegre, sonriéndome en cada palabra. Entonces pasó que nos abrazamos recargados en la pared de la esquina con el vidrio; nos sentíamos tan bien porque todo estaba bien. Todo estaba excelente.
     La chica escuchó cada palabra con una seriedad mortal que preocupó mucho a Kenneth. Ni un solo gesto de simpatía brindaba la tersa cara de Danisa. Incluso parecía parpadear a intervalos medidos. Cuando Kenneth dijo su última palabra, se vivieron 4 segundos de horripilante silencio.
     —Escaleras. Puentes. Muy metafórico tu sueño, amigo —«amigo amigo amigo»
     Kenneth estaba de acuerdo, pero era la verdad.
     —Yo también soñé con unos, una vez, creo
     Danisa conocía a Kenneth de años, pero siempre lo trataba como a un extraño. A veces Kenneth se preguntaba qué se necesitaba para cambiar las cosas, cuáles eran las palabras mágicas, si es que las había, que convencerían a Danisa de que lo que sentía era tan cierto como la verdad misma. Sin embargo, Danisa jamás había sido grosera, y siempre estaba dispuesta a escuchar cualquier tontería de Kenneth. Como el de su sueño de anoche.
     —¿Tú qué soñaste anoche? —dijo Kenneth.
     —Mmmm... no me acuerdo
     —¿De veras? vaya, yo todos los días sé lo que sueño. No me gustaría ser tú. Siempre que te pregunto recuerdas cosas bien simples y la mayoría del tiempo nada.
     El verdadero problema de Danisa no eran las constantes provocaciones de Kenneth por descubrir sus sueños (lo cual la ponía impaciente porque solía contarle mentiras), porque era cada día la misma pregunta, "¿Qué soñaste?"; el verdadero problema de Danisa era que sí soñaba. Y mucho. Pero se trataban de sueños que no quieres contar a nadie. La clase de sueños que jamás discutirías con tu madre.
     Kenneth también solía mentir sobre sus sueños, una cantidad de veces muy inferior a la de Danisa. Hoy mismo había mentido. El sueño donde él y Danisa se estaban tan cercanos lo había tenido el sábado, no el domingo; quería contarle algo bonito que escuchar un ajetreado lunes, y nada mejor que decirle a Danisa que había soñado con ella (él lo consideraba así).
      Danisa, por supuesto, tenía una opinión muy distinta.
     —Pues así pasa —Y dobló los labios exagerando una mueca de tristeza, casi caricaturesca. Kenneth se rió.
     —Hay técnicas para recordar lo que sueñas, ¿sabes? Una es que antes de dormir te digas qué quieres soñar. Se supone que el subconsciente te entenderá y es muy probable que te haga caso. Entonces, cuando despiertes, si no recuerdas que soñaste, intenta recordar si acaso tiene algo que ver con lo que le hayas ordenado al subconsciente.
     Danisa transcribía en su libreta unos apuntes de una hoja que sujetaba con la mano izquierda. Oyó  cada palabra y pensó que aquello era improbable. Terminó de escribir y cerró el cuaderno y lo guardó todo en la mochila. Tenía dos horas libres hasta su siguiente clase, horas que bien podía pasar con Kenneth hablando de sueños raros.
     Por supuesto que no.
     Agarró su mochila y se despidió de su amigo que ya sabía que tenía dos horas libres. Vio a Danisa empujar la puerta de cristal, muy similar al ventanal inmenso de su sueño del sábado, y mientras se iba, miraba su trasero menearse de izquierda a derecha. Kenneth miraba su trasero como algo verdaderamente especial. El trasero de cualquier otra chica podía verlo con pensamientos oscuros, siniestros, tan sucios como los sueños de Danisa. Pero aquel trasero que se iba le parecía diferente. Ningún pensamiento, bueno o malo, lograba apoderarse de la cabeza de Kenneth. Y eso era bastante intrigante.