domingo, 17 de noviembre de 2013

La lámpara brillante

   
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     Soñé situaciones que me pusieron a razonar las ideas más pequeñas y las más grandes, tantas posibilidades. Cualquier mente elevada podría discernir, calcular y decir que no tenían pies ni cabeza; negar por completo el amplio espectro de sutiles interpretaciones que allanaban mis deseos, como queriendo borrarlos, destruir cada sólida idea que en mí habitaba sobre nosotros.
     Más poderoso que el viento más fuerte
     Más destructivo que el terremoto más violento.
     Todo intentando destruir al pilar.
     Cada hermosa vida que cree me pareció, por momentos, años perdidos de invalora ignorancia. Entonces me entraban ganas de llorar.
     Rancios eran los días cuando me sentaba quieto a sumergir la cabeza en el pozo de las ideas. El agua ahí era inmunda y procuré empaparme de ella todo el cuerpo. Cada músculo me temblaba, sacudidos por un frío de desamparo total que apelmazaba mi sangre y la volvía lodosa, ahogándome, matándome.
     El agua, que en principio estaba fría y transparente, rápido se volvió helada y negra.

     Sobre el escritorio, mi lámpara caliente de brillos azules mueve pequeños puntos metálicos arriba y abajo, que en contacto con la luz de la base, la reflejan y dotan de una belleza que despide a la razón hasta desaparecerla.
     Me absorben.
     Veo a esa lámpara por tanto tiempo que yo mismo me empiezo a desvanecer. Es impresionante. Comienzan a llegarme tantas cosas.
     Fija la atención y no desesperes. Corre y la alcanzarás.
     Cambiabas.
     Transmutabas.
     Cada tanto lucías novedades de poco valor, alta razón de mi atención. Sin motivos, sin explicación. Te vi caminar sonriente por un camino serpenteante ya trazado, rodeado de una oscuridad que se extendía hasta donde alcanzaba la vista y sólo yo era capaz de notarlo. Quería encender luces a tu paso, caminar contigo agarrados de un candelabro tan brillante que ni mil veladoras igualaran su esplendor, con poder suficiente para iluminar la ciudad entera; ver más allá de nuestros pies cientos de opciones. Entenderlo todo ; o tan simple como brindarte una lámpara que te ayudará a caminar a paso firme para que siguieras deleitando a todos con lo bello que tienes para dar.
     Porque te amo.
     Porque parecía buena idea y yo ansiaba actuar.
     Los puntos brillantes en la lámpara azul suben y bajan casi en círculos pues el calor que emana del foco calienta al agua y al aceite, produciendo así una diferencia de densidades, otorgando de cierta vida a los puntos brillantes que reflejan la luz del foco de cuarenta watts; retirando ideas de mi cabeza y llenándome de otras. 
     Sin medir el tiempo, luego de largo rato alejando a la razón de donde reposo la mirada, al ver moverse a esa lámpara mientras se está tan quieta me entran ganas de tocarla. Y la toco. Y siento vida en mi mano.
     Es aquí cuando quieres parar la rotación de todo lo que gira, el eje de la vida; salir despedido hasta el confín de la estrella más lejana del universo más lejano. Cuando te sientas quieto y sin aparente elección tontamente sumerges la cabeza en el pozo de las ideas para bañarte en sus aguas y volverlas negras. Es ahí cuando miras tu vida y ves que ciertos sueño que tenías nunca tuvieron propósito o lo perdieron, despojándote de espíritu y haciendo al agua pintarse en sus brillantes colores.
     Al cabo de un buen puñado de ideas que explotaron en el fondo, la junta de matices entrega al agua un nuevo aspecto que recuerda a la miseria y podredumbre. El agua vuelta negra pintó mi rostro y ni lo blanco de mis ojos se salvó.
     Construye el pilar lo más alto que puedas, es lo mejor que puedes hacer; toma una bocanada de realidad, abre los ojos y mira los cimientos del maldito agrietarse hasta quebrarse.
     Pero el pilar es muy grande y muy ancho. Por desgracia no va a derrumbarse. Se ha vuelto la gran bestia desfigurada que surca las nubes donde desde lo alto parece mirarte, amenazante; y todavía impresiona, pero ya no vas a ahí a hincarte por su belleza, a alzar las manos de alegría y sentir el pecho inflamado por la dicha.
     No importa, ahora ni nunca, la novedad que creyeras te hacía falta; y el tiempo me ha probado que no importa cuantas ideas intenten tumbar al pilar, o repararlo; debo aprender a aceptarlo tal cual es. Lo he visto, ya me he enterado. Mientras más quiero ir a construir uno nuevo, la ciudad en la que vivo tiene una oscuridad tan densa que ni el candelabro que imaginé para nosotros ilumina más allá de mis pestañas y la inmundicia de las aguas impregnada en mi persona no se va. Al igual que mi lámpara, mientras sigas encendida, mi atención por ti no decaerá, y cada cierto tiempo, cuando te ponga suficiente atención, querré tocarte para quemarme y sentirme vivo. Porque te amo. Por sobre todos los cambios.