No puedo decirte que cada mañana al despertar, la primera idea o pensamiento que nada en la superficie se trata de ti. Sería mentira; me despierto tarde. Y además, ¿cómo vas a creerme? No hay razones. Cómo explicarte que en cada alegría me decepciona no poder contarte.
No puedo decirte porque no vas a creerme, y aunque lo hicieras, aunque
me creyeras, nada cambiará. No me aguarda un premio al final de tanto llanto y
todos estos años reflejarán mi ingenuidad. Mis secretos son ceniza en el
viento: Los muertos y los desinteresados actúan igual ante las palabras
sinceras.
No puedo decirte que evoco tu presencia a cada instante. Que preferiría
odiarte o no conocerte y que siento celos.
Y mi sentir está justificado; aunque no por ello sea acertado o tenga
necesidad de aplausos.
Y la verdad es que tienes mucha culpa. Es tu idea, o creencia, aquella triste intención de hablarme luego de haberse uno rendido. Vuelves, sin intenciones, sin razón.
Y la verdad es que tienes mucha culpa. Es tu idea, o creencia, aquella triste intención de hablarme luego de haberse uno rendido. Vuelves, sin intenciones, sin razón.
De noche, aislado y en silencio, las ideas embarnecen. Cuando es de
noche y tu nombre me aflige, en el momento álgido todo se evapora y todo pierde
su valor. Allí podría decirte tantas cosas y más aún quisiera que todo aquello tuviera
sentido y aprecio.